Hace algún tiempo, un amigo me platicó sobre su viaje familiar a Medellín. Para ser honesto, Colombia nunca estuvo en mis planes; mi sueño de viaje siempre fue Asia, pero la cuestión monetaria me mantenía a distancia de esa meta.

Hablando con él, me pareció fascinante su experiencia y sus comentarios sobre los paisas, aunque su ruta lo había llevado más hacia el Eje Cafetero.

Poco después, la oportunidad de viajar con mi esposa fuera del país se presentó. Por azares del destino, Medellín fue el elegido: el vuelo internacional desde Cancún estaba a un precio increíble. A pesar de una escala en Panamá, el horario de llegada era muy cómodo.

Aterrizamos cerca de las 2:00 pm. Salimos del aeropuerto (que, por cierto, está en Rionegro, a las afueras de “Medallo”) y rápidamente encontramos el pequeño bus shuttle hacia El Poblado. El traslado fue de unos 30 minutos y el costo, de unos 50 pesos mexicanos (por persona), fue ridículamente bajo.

El primer recuerdo que tengo de la famosa calidez paisa fue justo al bajar del autobús. Un grupo de chicas muy amables, con ese inconfundible acento, se nos acercaron y nos dijeron: “Mor, ¿para dónde vas? ¡Venga, pues!”

Rápidamente, nos abordaron en un taxi con taxímetro que nos llevó a nuestro hospedaje. Por supuesto, les dimos una pequeña propina con el cambio que nos sobró del bus. En ese momento, aún no entendíamos bien el valor de la moneda, pero sí sentimos de inmediato su hospitalidad.

Ese día estaba lloviznando, lo que hizo un poco difícil encontrar el departamento rentado. Tuvimos que tocar en un par de edificios, hasta que nos señalaron un hermoso living de varios pisos. Ingresamos nuestra reservación, la cual estaba lista, y solo tuvimos que registrar nuestras huellas dactilares por seguridad.

Al subir a nuestro apartamento en un piso 10, lo primero que nos cautivó fue lo bien diseñado que estaba: una pequeña cocina, sofá, TV con servicios de streaming, dos camas y un baño completo. Estaba decorado con un toque moderno y luces neón.

Pero lo más espectacular vino después. Abrimos las ventanas corredizas y, al hacerlo, las luces de la ciudad nos dieron la bienvenida. Se veía impresionante, un auténtico mirador a nuestros pies.

Fue la manera perfecta de cerrar el día y descansar, listos para que al día siguiente, Medellín nos mostrara por qué dicen que es la ciudad de la Eterna Primavera.

¡Que comience nuestra aventura por Colombia!